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RECORDANDO A MANUEL ÁNGELES ORTIZ EN EL CENTENARIO DE FEDERICO GARCÍA LORCA: EL 5 A LAS 5 |
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Federico García Lorca dibujado por Manuel Ángeles Ortiz en 1924. |
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Quizás la coin-cidencia del centenario del nacimiento de Federico García Lorca con los días previos a la romería de la Virgen de la Fuensanta haya atemperado el acontecimiento en Coín, y se ha echado en falta algún homenaje popular o de carácter oficial en este significativo aniversario. Afortunadamente no ha ocurrido así en los colegios, donde se ha festejado el acontecimiento con actos infantiles y cariñosos al poeta andaluz más reconocido y en su homenaje quisiera dar mi particular recuerdo a su memoria. De Lorca, que voy a decirles que ustedes no sepan mejor que yo después de lo que hemos podido ver, oír y leer en los medios de comunicación, que también han dado fe de la importancia de la fecha y su protagonista; demostración nacional del reconocimiento pleno que sobre su persona y su obra se hace como parte fundamental de nuestra cultura más cercana, duradera y universal. De Federico me habló en Granada Manuel Ángeles Ortiz cuando le conocí, en 1973, durante una memorable exposición retrospectiva de su obra, cuando él iba y venía de París al "paraíso cerrado". De su buen amigo me volvió a hablar el Maestro, años después, en aquellas mañanas inolvidables de la Fundación Rodríguez-Acosta mientras él realizaba, y yo privilegiadamente le ayudaba, una serie de grabados sobre los jardines de la Alhambra. Uno de ellos, "Prueba de artista", tuvo el buen gusto de regalarme con la dedicatoria: "al futuro jefe de grabado de la Universidad de Coín, con un abrazo, Manuel Ángeles Ortiz". De él dijo José Bergamín que era "El que pinta como su amigo del alma, Federico García Lorca, cantaba en poesía. El que dice pintando lo que Federico en sus versos". Y Federico Chueca Goitia escribió: "Lorca vio el Albaicín en verso y en prosa; Falla lo escuchó con rumor de fuente y zumbido perezoso de moscardón; Manolo Ángeles lo pintó con morosa delectación de paciente artesano nazarita hasta confundir su trama con el alicatado de la torre de Comares o del mirador de Lindaraja". |
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El pintor me contaba de Granada -"quieta y fina, ceñida por sus cerros, definitivamente anclada", como la definiera Lorca-, de la conjunción de la ciudad con su obra y la de su amigo. De la dedicatoria que éste le dejó al publicar su primer libro, Impresiones y Paisajes: "A mi queridísimo amigo Manolo Ortiz, maravilloso artista lleno de vida y fortaleza, que está enamorado y olerá la rosa inmortal. Con toda el alma, Federico, 7 abril 1918". Me contó, también, cuando se presentaron a Falla en una tarde del otoño de 1919, en que decidieron ir a visitarle y Federico hizo las presentaciones: "Este es Fernando Vilches, yo soy Federico García Lorca, poeta, y este es Manolo Ángeles Ortiz, pintor, que pinta como yo escribo". |
Manuel Ángeles Ortiz. Vista de Granada, 1969. Oleo sobre lienzo, 81 por 100 cms. |
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Recuerdo de Manuel Ángeles Ortiz su porte elegante de alto tribuno romano y su pelo blanco; sus manos y el trazo suelto y seguro de buril; su voz potente y las amenas charlas que, con su humor y gracia, nos dejaba respetuosamente embobados en el taller. Todos los días, a las doce de la mañana, bajaba yo a comprarle dos yogures naturales que él me agradecía con extrema delicadeza y amabilidad. Me recuerdo abrumado, al saberme rico en su compañía. Uno de los días mientras, pacientemente, se los tomaba, me contó cuando de regreso a Granada desde Madrid, viudo y desolado con su pequeña hija Isabel Clara, preparó en 1922 el histórico "Concurso de Cante Jondo" con Federico -de quien surgió la idea-, con don Manuel de Falla y otros artistas e intelectuales. A él le encargaron el cartel anunciador, un grabado con el que, rompiendo la tradición costumbrista granadina, utilizaba un nuevo lenguaje plástico: centró el cartel con un sangrante corazón, perforado por un ojo que mira tristemente. La finalidad de aquel famoso concurso, celebrado en noches de junio en la plaza Alhambreña de los Aljibes, era propiciar el "renacimiento, conservación y purificación del antiguo cante jondo", en trance de desaparición. Tildado de "moderno" por un sector del Centro Artístico que lo organizaba, fue rechazado. El maestro Falla envió una reproducción a Zuloaga y el pintor vasco respondió inmediatamente "¡Cartel magnífico!". El telegrama, como un desafío, se clavó en el tablón de anuncios de la entidad y, entonces, fue aceptado. |
Manuel Ángeles Ortiz y Federico García Lorca fotografiados en la Alhambra de Granada con dedicatoria a don Manuel de Falla el 5 de agosto de 1925.
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De Manuel Ángeles Ortiz, máximo exponente pictórico de la generación del 27, dijo en 1933 su amigo Federico, al dirigirse a la prensa en la inauguración de una exposición en la que representaba al pintor: "Fotografíenme a mí. La poesía de su pintura y la pintura de mi poesía nacen del mismo manantial". |
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Después de que Manuel Angeles Ortiz me "presentara" a Federico García Lorca, y en Granada, quedó en mi corazón el poeta, engrosando la nómina de mis mitos más queridos. En la Granada de los años anteriores a la muerte de Franco, en España decir Federico, recordar a Federico, amar su poesía, era clave de clandestinidad compartida, de solidaridad con los objetivos más puros e ingenuos de la lucha democrática. Federico es libertad y había que empezar a recuperar su memoria, su vida, su obra. Y había que hacerlo desde Granada. |
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José Guerrero. La brecha III, 1989. Técnica mixta, 195 por 260 cms. |
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En Granada, en junio de 1976, se organizó, con traje rojo, la fiesta en honor de Federico bajo la consigna "El 5, a las 5". Aquella fiesta debía ser parte, el inicio al menos, del pago de la deuda de todos nosotros con su vida, con su enorme figura, con su muerte, con la libertad. La fiesta del "5, a las 5" fue la fiesta de la libertad, de la democracia que habría de llegar, la fiesta por Federico. La consigna para la concentración no necesitaba más explicaciones y todos la entendíamos perfectamente: el día 5 de junio, a las 5 de la tarde -siempre a las 5 de la tarde- en Fuente Vaqueros, su pueblo natal. |
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Nosotros, un grupo de amigos -entre los que estaban Maripepa, entonces mi novia, y Carmelo Galiano- nos fuimos desde Granada al lugar de la concentración la tarde del viernes anterior. Allí, en Fuente Vaqueros, nos alojamos, gracias a la hospitalidad de una comuna de obreros del campo llamada "Los Vaqueros", en las espléndidas instalaciones que tenían y que pusieron a nuestra disposición -cama y comida-, y en lo que tuvo mucho que ver las buenas recomendaciones de mi amigo el pintor Pepe Salobreña, que vivía allí. Por la tarde visitamos la casa de la familia Lorca, todavía sin convertir en el precioso museo que hoy es y que dirige otro amigo de aquellos tiempos, Juan de Loxa. Y, aquella noche, compartimos cantes y confidencias en los bares del lugar con militantes comunistas que, sin saber muy bien qué se organizaba para el día siguiente, nos hicieron vivir una noche mágica en la que, cómo no, el amanecer se dejó ver sin que a ninguno nos importara. |
Julio Juste. Montaje dedicado a Lorca, 1998. |
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Federico García Lorca. Arco árabe y jardín granadino, 1924. Tinta y lápices de colores, 21 por 14 cms. |
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En la mañana del sábado, día 5, llegaron a la plaza los operativos para montar el escenario, sonido, etc. y comenzaron, también, a llegar autobuses, tanquetas y coches patrullas –"mucha, mucha, mucha policía"-, que pintaron los alrededores del color gris de la época. Allí nos reunimos con Paco Ríos y con Inma, con Juana y Jesús. Globos, camisetas, pegatinas y mil cosas más con la imagen de Federico y cuantos símbolos y distintivos de jóvenes de izquierda nos permitieron exhibir abarrotaron aquella plaza que llegó a su culmen a las 5 de la tarde. Nuria Espert, Aurora Bautista, Lola Gaos, la voz de Alberti ("Federico, Federico, Federico..."). Gritos, aplausos, banderas, amnistía... el delirio. Tarde de libertad no reprimida, de explosión de alegría infinita. Todos con Federico. De aquel día no olvido las fotos con Blas de Otero, concretamente una, la que se hicieron José Carlos Rosales y Justo Navarro. Tarde de gloria en la que, afortunadamente, la policía no se atrevió a intervenir, y ese cielo ganamos. Aquél fue el primer gran homenaje que su pueblo, sus gentes, le dimos a Federico, el más apoteósico, el primero de los que, después de su asesinato en la Guerra Civil, había tenido. Aquel día, Federico, fuimos nosotros. Después, ya para siempre, lo somos todos. Yo recordé, rodeado de puños, a Manuel Ángeles Ortiz -la poesía de Federico hecha pintura-, y me vino también a la memoria que a Coín se le llamaba, en tiempos remotos, "Granada la chica". Coín, 5 de junio de 1998, a las 5 de la tarde. |
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